- Víctor Montoya refleja la lucha de los mineros y el dolor asociado al trabajo en su obra.
- Montoya fue un líder estudiantil contra la dictadura y escribió durante su encarcelamiento en Viacha-Chonchocoro.
- Su experiencia como refugiado en Suecia inspiró su libro sobre lectura y literatura infantil.
Víctor Montoya nació en Bolivia el 21 de junio de 1958. Pasó su infancia en una zona de explotación minera, al norte de Potosí. Allí vivió de cerca la lucha de los trabajadores y lo arriesgado de aquel oficio. Sin duda, esta es una de las cosas que más le han marcado como persona y como escritor: su obra se encuentra llena de historias sobre los obreros del subsuelo y sobre la realidad política que observó siendo niño. Montoya ha sabido contar con absoluta destreza las numerosas dificultades a la que se enfrentan los mineros cada vez que bajan a realizar su trabajo. Asimismo nos ha permitido percibir el dolor, la inseguridad y la tristeza que puede ir enlazada a vidas esclavistas y tan exigentes.
Montoya fue un joven comprometido y a lo largo de su carrera dejó constancia de todas aquellas cosas en las que había participado y que había observado con sus propios ojos; tales como la Masacre de San Juan, un asesinato en masa que tuvo lugar en Llallagua y los campamentos de Siglo XX el 24 de junio de 1967. Sobre aquel hecho Montoya escribió en varias ocasiones, dejando siempre claro que se trató de un acto de violencia ordenado por el presidente de aquel entonces, René Barrientos Ortuño, por temor a que en los barrios mineros se estuviese gestando una guerrilla similar a la encabezada por el Che Guevara. Y, además de que lo señala como el responsable directo de esta masacre, lo acusa de la desaparición y tortura de muchísimos activistas bolivianos durante esa época.
La lucha de Montoya no se quedaría allí, también fue uno de los dirigentes del grupo estudiantil que se levantó contra la dictadura un año más tarde. Fue perseguido por la dictadura y estuvo preso en Viacha-Chonchocoro, un campo de concentración de La Paz. Lejos de amedrentarse, durante su encarcelamiento, Montoya escribió «Huelga y represión», una de sus obras fundamentales, que consiguió sacar de la cárcel gracias a la ayuda de su madre.
En 1977 Amnistía Internacional consiguió que las autoridades de Bolivia lo entregaran como refugiado político al organismo, y fue llevado a Suecia, donde había una gran comunidad de exiliados políticos de Latinoamérica. Se estableció en Estocolmo y comenzó a trabajar en diversos proyectos culturales, dio clases de quechua y realizó talleres de literatura infantil. De esa experiencia surgió su libro «Cuentos de jóvenes y niños latinoamericanos en Suecia». Cuando se le ha interrogado acerca de las experiencias difíciles de su vida, su discurso es bien claro. Dice que los traumas de la infancia son las pesadillas de nuestra existencia pero además potencian la aparición de la fantasía como una alfombra mágica que nos transporta a realidades fabulosas donde ese dolor no existe. Por supuesto, aclara, no hay nada que justifique el maltrato, sin embargo, es importante que estimulemos el uso de la fantasía en aquellas mentes que ya han sido tocadas por el dolor y la violencia. Asimismo señala que la difusión de la lectura y la literatura infantil es sin duda uno de los grandes desafíos que deben asumirse si se desea cambiar el mundo.
Montoya ha explorado diversos campos del pensamiento y la escritura. Entre los géneros que ha cultivado se encuentran la novela, el ensayo y el cuento, en los que nos ha dejado obras impresionantes como lo son «El laberinto del pecado», «Cuentos violentos», «Poesía boliviana en Suecia», «Cuentos de la mina» y «Cuentos del exilio». Además fundó numerosas revistas literarias, tales como «Contraluz» y «PuertAbierta». Sin duda es un escritor al que vale la pena acercarse, sus historias están llenas de detalles y nos ofrece una mirada clara y sincera sobre la vida, dos cosas que no vienen nada mal en esta realidad que nos ha tocado vivir.