Entre los poetas latinoamericanos más importantes del Siglo XX se encuentra Jaime Sabines, no sólo por haber sido el creador de numerosísimos versos que se han vuelto eternos y necesarios para todos sino por su importante labor en la difusión de las ideas revolucionarias. Cabe señalar que fue un fiel defensor (y activo luchador) de la Revolución Mexicana que comenzó en 1910 y se prolongó por más de una década, sin duda uno de los acontecimientos más importantes del siglo en el país.
En diversas ocasiones Jaime expresó que su vocación literaria fue fomentada intensamente por su padre, quien inyectó en él la pasión lectora y le impulsó a volcarse con esmero en ese ámbito de palabras y ritmos. Esta experiencia afectiva que más que abrazo es legado, podemos descubrirla en su poema «Algo sobre la muerte del mayor Sabines», en el que vuelca todo su aprecio y agradecimiento hacia su padre por haberle abierto los ojos a un universo tan vasto, en el cual pudo encontrarse a si mismo.
Durante décadas Sabines combinó su creación poética con otras actividades: estudios, trabajos temporales y revolución. Su interés por saber cómo vivía la gente lo llevó a realizar trabajos sencillos, de vendedor generalmente, para conocer de buena forma cómo era el mundo y cuáles eran los problemas que existían y hacían sufrir a los demás.
La muerte es un elemento que atraviesa toda la obra de Sabines, y que se ve reflejada tanto en el poema que le escribió a su padre cuando falleció (que he mencionado más arriba) como en «Doña Luz», dedicado a su madre que dejó este mundo cuatro años más tarde que su progenitor. Dos golpes durísimos para el poeta que no encontró mejor modo de canalizar su dolor que a través de la pluma y la palabra.
No obstante, y aunque la muerte estaba allí, hurgando en sus intestinos y apareciéndose en cada uno de sus poemas, la suya es también una poética luminosa que aboga por el disfrute de las pequeñas cosas, por la mirada clara, descontextualizada y asombrosa del mundo, y sobre todo, que se apoya en la esperanza y el deseo de hacer algo que valga la pena, cambiar las cosas para el futuro. En este punto, su participación en la Revolución Mexicana adquiere una gran importancia, y sus textos, como constancia de aquellas ideas es un legado invaluable para los que hemos llegado tarde.
Una de las cosas de las que estaba seguro Sabines es que él no deseaba ser un intelectual sino un hombre capaz de contar cómo veía el mundo, asumiendo la responsabilidad que había en ello y aceptando que seguramente se equivocaría. Muchas veces expresó su desprecio hacia a aquellas personas que buscan mostrarse más inteligentes y tener razón en todo, ante ellas prefería a las que no decían nada, a las que no sabían nada. Para él la escritura era un deseo que surgía en su carne e iba a parar al papel, una pulsión interna tan profunda que no podía ser intelectual sino emocional. Asumió la escritura y la poesía como un destino y no como una profesión, y es posible que esa sea la razón por la cual hoy le recordamos como uno de los grandes poetas de su siglo.
Entre las obras más interesantes de Sabines se encuentran «Espero curarme de ti», «La señal», «Diario semanario y poemas en prosa» y «Los amorosos: cartas a Chepita». Sin duda leerlo es acercarnos a una poesía inquietante y lúcida, donde el mundo cambia de forma constantemente y el lenguaje se prolonga en la realidad, como si fuera inseparable de ella. Quizá tenga que ver con esa idea que siempre tuvo Jaime respecto a la poesía, asumiéndola como un destino y no como un trabajo importante.