Escribir, escribir, escribir en donde sea. Esto dice Dorothea Muhr que hacía Juan Carlos Onetti. A veces ni corregía las cosas, pero tenía la necesidad de plasmar sus ideas en papelitos que amontonaba sin ninguna rigurosidad, podemos enterarnos por ella, que convivió con el escritor uruguayo durante casi cuarenta años, los últimos. Esta acumulación de fragmentos y anotaciones es el eje de una obra sin la cual la Literatura Latinoamericana estaría seca. Y es que cuesta pensar en ella sin Onetti, uno de los cuentistas uruguayos más reconocidos de su generación.
Juan Carlos Onetti nació en Montevideo el 1 de julio de 1909 en el seno de una familia de inmigrantes. De aquella época le quedaron dulces recuerdos, de sus hermanos, de sus padres, que eran absolutamente cariñosos y comprensivos según los recuerda. A los 20 años se mudó a Buenos Aires donde comenzó su carrera literaria. Publicó sus primeros relatos en diversos medios, como «La Prensa», y más tarde vieron la luz sus primeras novelas: «El pozo» y «Tiempo de abrazar». Mientras tanto, colaboró también con medios periodísticos, tales como el semanario «Marcha», la agencia de noticias «Reuters» y el periódico «Ímpetu», entre otros.
Más tarde vendrían «Tierra de nadie», «El perro tendrá su día», «Los adioses» y «Un sueño realizado». Aunque fue «La vida breve» la que lo ayudó a alcanzar una cierta popularidad. Santa María, la ciudad ficticia que allí describe, representa un juego de ficción y realidad en el que fusiona Buenos Aires y Montevideo y plantea no sólo un universo propio peculiar sino que lo hace a través de una nueva narrativa, desprendida de los clichés que rondan las letras hispanoamericanas. Gracias a esa novela, en la que muchos sólo ven un nuevo Macondo pese a que ciertamente sus características son bien diferentes, Onetti fue introducido en el Boom, esa explosión de marketing que tuvo la Literatura Latinoamericana en Europa allá por los años sesenta.
Aparte de por sus cualidades como escritor, Onetti ha generado interés por haber llevado una vida auténtica con ciertos rasgos neuróticos y extravagantes. Una de las cosas que ha llamado mucho la atención es su tormentosa vida amorosa. Se casó muy joven con una prima, María Amalia Onetti. Vivieron poco tiempo juntos y cuando se separaron, Juan se casó con la hermana de Amalia, María Julia. Tampoco duró mucho aquel matrimonio y Onetti se unió en matrimonio con Elizabeth María Pekelharing, compañera suya en Reuters. Otro amor que se vería frustrado al cabo de un tiempo. Su cuarto intento amoroso fue con Dorothea Muhr (apodada Dolly), que se convirtió en su compañera hasta el final de sus días. En medio de todos aquellos romances, sin embargo, vuela uno que resulta curioso e intrigante, el que mantuvo con la poeta Idea Vilariño: un amor posible y sensual que se consumó pero nunca llegó al matrimonio; quizás por eso funcionó y permanece hoy, que ambos se han marchado.
En 1976 Onetti llegó a España y comenzó su etapa más dura y menos prolífica: un exilio externo e interno, que le llevó a replegarse y a sumirse en una tristeza profunda. El mundo de las letras, sin embargo, cada vez hablaba más de él y se interesaba por su obra. A Onetti no le gustaba dialogar en torno a su escritura ni quería participar de encuentros literarios, prefería la quietud de su habitación, el silencio de su cama. Y así pasó sus últimos 15 años de vida: acostado en una cama, bebiendo y escribiendo cada vez menos. Falleció el 30 de mayo de 1994. Tenía 84 años y graves problemáticos hepáticos causados por el abuso del alcohol y la mala calidad de vida. Nos queda una obra impresionante, en la que podemos asistir al desdoblamiento entre escritor-narrador y protagonista, y contemplar las inquietudes creativas que atormentan al autor a la hora de plantear el universo ficticio en el que ocurrirán los hechos (como ocurre en «La Saga de Santa María»). Sin duda, un espectáculo que ningún amante de la buena literatura debería perderse.