Juan Rulfo nació el 16 de mayo de 1917 en Jalisco y falleció el 7 de enero de 1986 en Ciudad de México. Aunque no fue un autor muy prolífico, su obra fue tan contundente y renovadora que le sirvió para catapultarse como uno de los escritores latinoamericanos más importantes del siglo XX. Formó parte de la Generación del 52, también conocida como Generación de la Ruptura, aunque su visión de la escritura fue tan auténtica que cuesta incluirlo en un grupo.
«El llano en llamas» y «Pedro Páramo» fueron sus dos obras fundamentales. La primera, un conjunto de relatos ambientados en un mismo escenario y relacionados de alguna forma entre sí, el segundo, una novela que, para muchos, es la gran novela mexicana de su siglo, que ha sabido aportar nuevas herramientas a la expresión literaria y ha impuesto una escritura sincera y muy vinculada a la tierra. Esas son las características de la obra de Rulfo y las que le han servido para catapultarse como uno de los grandes autores de su siglo.
La vida de Juan Rulfo se vio afectada por la muerte temprana de su padre (asesinado por un vecino del campo en un ajuste de cuentas) y de su madre, cuatro años después. Estos hechos lo dejaron huérfano con 10 años y le obligaron a cambiar rotundamente de vida. Junto a su hermano pequeño al Orfanato Luis Silva en Guadalajara donde vivió hasta la adolescencia y cultivó su pasión por la lectura.
Aunque comenzó a escribir de pequeño, no tuvo acceso a una educación formal y esto dificultó en cierta medida su inserción en el mundo de las letras. Pese a ello, y después de haber sido rechazado por la Universidad de Guadalajara, comenzó a asistir como oyente en dicha institución, y continuó formándose de manera autodidacta. En 1938 sus cuentos empezaron a ser publicados, primero por la revista América, más tarde por diversos medios. Mientras tanto, Rulfo combinaba su pasión por la escritura y la fotografía, y mientras trabajaba como viajante y vendedor de neumáticos recorriendo de punta a punta el país tomaba exquisitas fotografías del México olvidado.
Aparte de sus dos títulos más conocidos, Rulfo es autor de cuentos impresionantes y reivindicativos de la Literatura Latinoamericana, tales como «Diles que no me maten», «La cuesta de las comadres» y «Talpa». Sin embargo, a partir de los años setenta Rulfo abandonó completamente la escritura. Existen muchas explicaciones en torno a ello, una de las más aceptada y que el autor dejó caer en algunas entrevistas es que escribir le obligaba a rememorar un dolor y una crueldad que le habían marcado profundamente y le sumían en la tristeza. Sea como sea, no escribir tampoco le ayudó a salir a flote ya que se entregó a la bebida y pareció dejarse vencer por sus propios fantasmas. Por otro lado, la crítica negativa le afectaba mucho y ya no pudo vivir la creación literaria como algo suyo, propio, sino como un acto de voluntad que se tiene hacia los otros, y en ese sentido, las críticas no le ayudaron a aferrarse a esta forma de expresarse.
Es muy difícil leer a Rulfo y no plantearse esa estrecha relación que se establece en su narrativa entre su mundo interior y el afuera, y en esa conversación los elementos religiosos y místicos ocupan un lugar primordial. Hay una necesidad rotunda en el escritor de entender la existencia y de nombrar esos símbolos que alimentaron su infancia y su adolescencia. Es evidente que su obra es una de las más interesantes de toda la literatura mexicana, y el suyo es un ejemplo de que se puede revolucionar la historia de la tradición literaria sin ser un autor prolífico; todos tenemos algo que decir, pero a algunos les basta con uno o dos libros para transformar la leyenda de las letras en todo un continente.