«Todos los fuegos el fuego», «La vuelta al día en ochenta mundos» y «Rayuela» son títulos que no nos han pasado desapercibidos. Su autor, Julio Cortázar, fue sin duda uno de los autores más relevantes de su generación, con una imaginación de fábula y una mirada absolutamente sencilla y sensible en torno a la vida y la literatura.
Aunque nació en Bruselas (fue el 26 de agosto de 1914) se trasladó a Argentina siendo pequeño, donde vivió hasta los años 50 en los que comenzó su exilio político. Fue un escritor comprometido con sus ideas y sin miedo a expresarlas en cualquier contexto. Sereno pero directo y con una solidez intelectual poco común.
Julio Denis, este fue el seudónimo que escogió Cortázar para publicar sus primeros sonetos que reunió en un libro llamado «Presencia»; desde entonces no dejaría de publicar tanto narrativa como poesía, aunque Cortázar, hay que decirlo, es uno de esos escritores inclasificables, sus estructuras son tan originales y parecen escogidas con tal minuciosa labor (sirviendo a lo narrado-contado) que cuesta encasillar sus trabajos en un género.
Su trabajo como traductor también fue muy importante, no sólo porque contribuyó durante muchos años con labores de envergadura social para la UNESCO, sino porque fue uno de los primeros en traducir la obra completa de Edgar Allan Poe al castellano. Compaginó esos trabajos con la creación literaria que no le aportó grandes resultados hasta casi los sesenta, cuando publicó «Rayuela» que fue tan bien recibida que para muchos podría ser vista como una de las obras fundamentales de toda su obra.
A Cortázar, decía, es imposible etiquetarlo. Su obra es colorida, variada y sensible, como pocas. Su imaginación, tan vasta, lo llevó a construirse un universo propio, que reformula las imágenes de la novela negra con una mezcla de lo gótico y del terror de Poe. Sus Cronopios y sus Famas han sido criaturas capaces de inspirar no sólo a lectores sino a un sinnúmero de apasionados de los seres mitológicos. A través de ellos, que se aparecen en varias de sus obras pero fundamentalmente en «Historias de Cronopios y de Famas», Cortázar intentó plasmar la energía de las personas y dibujar un mapa de fábula que representa la realidad. La suya es una mirada amplia sobre un mundo donde hay seres nocivos, envidiosos y llenos de ira que intentan destruir el buen hacer de las criaturas soñadoras y trabajadoras; sin duda no podemos decir que hemos leído a Cortázar si nos hemos pasado por alto esta obra.
Pese a que muchos incluyen a Julio dentro del Boom Latinoamericano su entrada en el grupo fue tardío; de hecho, cuando la industria editorial demostró interés por su obra ya era Julio un autor en toda regla, con varias obras publicadas y un grupo de lectores propio. Eso sí, el hecho de que los aduladores de la Literatura Latinoameriacana en España se fijaran en él colaboró muchísimo con su popularidad.
Es importante hacer una aclaración: mientras el resto de los autores que se encuentran en esta generación literaria se abanderaban al realismo mágico, su estilo es el más alejado de esta estética creativa; de hecho, es muy difícil establecer paralelismos entre Julio Cortázar y cualquiera de los referentes del Boom. Mientras que la mayoría de los escritores latinoamericanos de este grupo se apoyaban en una escritura que abogaba por una mirada a lo regional, Cortázar buscó una escritura fronteriza, capaz de ser comprendida y apropiada desde cualquier punto cardinal.
Julio es uno de los escritores más variopintos y versátiles de su tiempo y su obra, una muestra de la importancia de la heterogeneidad en la literatura. Nos ha dejado títulos como «La autopista del Sur», «Papeles inesperados», «La fascinación de las palabras», «Octaedro».